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lunes, 16 de junio de 2014

El comentario crítico en 2º de bachillerato: dos visiones masculinas acerca del papel de la mujer en la modernidad.

    



Benito Jerónimo Feijoo: Defensa de las mujeres (extracto)

 En grave empeño me pongo. No es ya sólo un vulgo ignorante con quien entro en la contienda: defender a todas las mujeres, viene a ser lo mismo que ofender a casi todos los hombres: pues raro hay que no se interese en la precedencia de su sexo con desestimación del otro. A tanto se ha extendido la opinión común en vilipendio de las mujeres, que apenas admite en ellas cosa buena. En lo moral las llena de defectos, y en lo físico de imperfecciones. Pero donde más fuerza hace, es en la limitación de sus entendimientos. Por esta razón, después de defenderlas con alguna brevedad sobre otros capítulos, discurriré más largamente sobre su aptitud para todo género de ciencias, y conocimientos sublimes.
     Frecuentísimamente los más torpes del vulgo representan en aquel sexo una horrible sentina de vicios, como si los hombres fueran los únicos depositarios de las virtudes. Es verdad que hallan a favor de este pensamiento muy fuertes inventivas en infinitos libros: en tanto grado, que uno, u otro apenas quieren aprobar ni una sola por buena.
     A la verdad, bien pudiera responderse a la autoridad de los más de esos libros con el apólogo que a otro propósito trae el Siciliano Carduccio en sus Diálogos sobre la Pintura. Yendo de camino un hombre, y un león, se les ofreció disputar quiénes eran más valientes, si los hombres, si los leones: cada uno daba la ventaja a su especie; hasta que llegando a una fuente de muy buena estructura, advirtió el hombre que en la coronación estaba figurado en mármol un hombre haciendo pedazos a un león. Vuelto entonces a su contrincante en tono de vencedor, como quien había hallado contra él un argumento concluyente, le dijo: Acabarás ya de desengañarte de que los hombres son más valientes que los leones, pues allí ves gemir oprimido, y rendir la vida un león debajo de los brazos de un hombre. Bello argumento me traes (respondió sonriéndose el león): esa estatua otro hombre la hizo, y así no es mucho que la formase como le estaba bien a su especie. Yo te prometo, que si un león la hubiera hecho, él hubiera vuelto la tortilla, y plantado el león sobre el hombre, haciendo gigote de él para su plato.
Aquellos que ponen tan abajo el entendimiento de las mujeres, que casi le dejan en puro instinto, son indignos de admitirse a la disputa. Tales son los que asientan, que a los más que puede subir la capacidad de una mujer, es a gobernar un gallinero.
      Estos  hombres superficiales ven que por lo común las mujeres no saben sino aquellos oficios caseros, a que están destinadas; y de aquí infieren  que no son capaces de otra cosa. Sin embargo, de que las mujeres no sepan más, no se infiere que no tengan talento para más.
     Nadie sabe más que aquella facultad que estudia, sin que de aquí se pueda colegir, sino bárbaramente, que la habilidad no se extiende a más que la aplicación. Si todos los hombres se dedicasen a la Agricultura (como pretendía el insigne Tomás Moro en su Utopía) de modo que no supiesen otra cosa, ¿sería esto fundamento para discurrir que no son los hombres hábiles para otra cosa? Entre los Drusos, Pueblos de la Palestina, son las mujeres las únicas depositarias de las letras, pues casi todas saben leer, y escribir; y en fin, lo poco, o mucho que hay de literatura en aquella gente, está archivado en los entendimientos de las mujeres, y oculto del todo a los hombres; los cuales sólo se dedican a la Agricultura, a la Guerra, y a la Negociación. Si en todo el mundo hubiera la misma costumbre, tendrían sin duda las mujeres a los hombres por inhábiles para las letras, como hoy juzgan los hombres ser inhábiles las mujeres. Y como aquel juicio sería sin duda errado, lo es del mismo modo el que ahora se hace, pues procede sobre el mismo fundamento.


 Manuel Vicent, Cuerpos (El País, 16/09/ 2012)
Una joven atractiva, mientras se maquilla ante el espejo del cuarto de baño para ir a trabajar, recita una nueva versión del monólogo de Hamlet: ser o no ser, esta es la cuestión, levantarse todos los días a las siete de la mañana y tener que aguantar a un jefe despótico, machista e incompetente, todo por mil y pico euros al mes, o renunciar a esta lucha agotadora y quedarme en la cama para dormir, tal vez soñar, junto a un marido vulgar, a quien con un poco de maña puedo dominar a mi antojo. Este dilema aciago parece haber arraigado en buena parte de la juventud femenina. Frente a aquella generación de mujeres, que en los años sesenta del siglo pasado decidió ser libre y realizó un arduo sacrificio para equipararse a los hombres en igualdad de derechos e imponer su presencia en la primera línea de la sociedad, cada día es más visible una clase nueva de mujer joven, incluso adolescente, que ha elegido utilizar las clásicas armas femeninas, que parecían ya periclitadas, la seducción, la belleza física y el gancho del sexo para buscar amparo a la sombra de su pareja y recuperar el papel de reina del hogar. Puede que la moral de la iglesia católica se haya aliado con la crisis económica para imbuir tenazmente en la mujer la idea que vuelva a casa, críe hijos, se ponga guapa y complazca en todo a su marido. Si una chica acude a diario a machacarse en el gimnasio, si se atiborra de silicona, si camina sobre unas plataformas increíbles, si decora su piel con toda suerte de tatuajes, ¿busca sentirse saludable y fuerte para luchar por sus derechos o, tal vez, solo trata de convertir su cuerpo en un objeto de deseo, en un arma de combate frente a los hombres? Ser o no ser. ¿Qué es mejor, soportar a un jefe tirano que me explota o a un marido mediocre que me llevará a París si le hago un mohín de gatita? Puede que el dilema no sea tan rudo, pero aquellas mujeres que en el siglo pasado lucharon como panteras por su dignidad, sin tiempo para pintarse los labios, tienen ahora unas nietas hermosas, siliconadas, tatuadas con serpientes y mariposas, dispuestas a claudicar en sus derechos, con tal de ganar la otra batalla, el viejo sueño de sentirse adorables y tener al macho de nuevo a sus pies en la alfombra.


  Comentario crítico de  Carmen López Chao (2º de bachillerato). Defensa de las mujeres, Benito Feijoo.    


      A lo largo de la historia la mujer se ha visto marginada y discriminada en todos los ámbitos relacionados con el intelecto. Se consideraba que sólo estaban capacitadas para hacer las labores domésticas y el cuidado y educación de los hijos. Estas creencias estaban más arraigadas, si cabe, en la Iglesia. No podemos olvidar que el propio Santo Tomás de Aquino estaba absolutamente convencido de la inferioridad femenina. Por tanto resulta sorprendente que sea precisamente un religioso del s. XVIII el que salió en defensa de la igualdad de oportunidades entre el hombre y la mujer.

El padre Feijoo asegura y defiende que la inteligencia de la mujer no es menor que la del hombre, sino que el problema estuvo durante siglos en el hecho de que la mujer no tuvo acceso a la misma formación que este y si una persona no tiene la suerte de recibir una instrucción adecuada, es imposible que sepa realizar otras cosas. Pero quizás esto es lo que pretendían los hombres para seguir dominando el mundo.

Es una aberración que a la mujer se la haya privado del derecho a la formación durante la mayor parte de la historia de la humanidad, puesto que las mujeres son un ser humano exactamente igual que los hombres y no es justo que no hayan tenido los mismos derechos.
Además resulta muy sorprendente que si se pretendía que fuesen ellas las encargadas de educar y cuidar a sus hijos, ¿cómo es posible pensar que puede realizar esa tarea tan importante un ser tan poco lúcido? Esto no es más que el reflejo de toda la hipocresía que acompañó durante tanto tiempo, en la mayor parte de las civilizaciones, a la humanidad.

Comparto también la opinión de Feijoo en la que explica el motivo de que esta situación se haya mantenido durante tanto tiempo, sustentándola con el cuento del hombre y el león. Efectivamente, el hombre era quien gobernaba y dictaba las leyes, y lo hacía de modo que esta situación no fuese reversible; es decir, al igual que en la fábula, él se representaba como el fuerte e inteligente, otorgándole a la mujer el rol de débil y torpe, puesto que no les interesaba que estas tuviesen acceso a la formación, ya que el conocimiento podría provocar que las mujeres se rebelasen contra esta situación y los despojasen del poder.

A día de hoy, aunque pudiera parecer que la mujer tiene las mismas oportunidades que el hombre, lo cierto es que en cualquier empresa o en el terreno político vamos a ver que los puestos más importantes los siguen ocupando mayoritariamente el género masculino, como si la mujer no fuese capaz de discurrir igual que ellos.
Esto es igual de indignante que encender la televisión y observar que casi todos los anuncios de limpieza están protagonizados por mujeres.

En definitiva, las mujeres somos iguales, pero durante siglos fueron discriminadas y privadas de un derecho tan importante como es la formación (el conocimiento otorga la libertad), para que fuesen seres sumisos a las órdenes de los varones.

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